20150324

Cul-de-sac: el culo de la ciudad

La expresión francesa cul-de-sac significa literalmente “culo de bolsa”, o fondo de bolsa si queremos ser más refinados. Por esas cosas de la vida cayó en las aguas del urbanismo quizás para darle algo de cachet a lo que siempre fue conocido –al menos en nuestro idioma- como una simple calle sin salida. El recurso no es malo per se. De hecho, puede ser bastante bueno a la hora de crear lugares de relativa privacidad en los cuales el automóvil debe circular a bajísima velocidad para desplazarse en un espacio concebido para compartir con los peatones. Aquéllos que ven el tema de la seguridad como el gran inspirador de la forma urbana también se deleitan con su uso, ya que su forma permite la instalación de dispositivos como rejas, barreras o cámaras que permiten el fácil control de quien entra o sale de la privada. Ahora bien, su éxito en la ciudad depende básicamente de la existencia de una estructura mayor que conecte los distintos fragmentos (una retícula lo suficientemente densa como para dar cabida a espacios cerrados en su interior sin afectar la continuidad del tejido urbano), y la presencia de construcciones cuyas fachadas estén orientadas a las vías de acceso, única manera de mantenerlas atractivas, concurridas y seguras.
Un solo problema: el modelo de crecimiento suburbano usualmente no gusta de detenerse en tantas complicaciones. Aquellos lectores que cuenten con un buen sentido del humor se deleitarán al saber que el conjunto de la foto tiene el pomposo nombre de Mirador de las Culturas. Se encuentra en Aguascalientes, y al igual que muchos desarrollos inmobiliarios (la palabra barrio no está disponible) que pueblan nuestras periferias, desconfía de la presencia de estructuras que ordenen el territorio y den soporte a la existencia de los cul-de sac. De hecho, el cul-de sac se transforma en exclusiva estructura y soporte de un modo de expansión en que las partes nunca son conscientes del todo que están formando. Los problemas que esto genera no son pocos: los recorridos -monótonos, aburridos- se extienden innecesariamente, las calles de acceso carecen de actividad, los espacios exteriores, sin la vigilancia pasiva que proveen las fachadas, se vuelven tremendamente inseguros, y la falta de conectividad hace que grandes zonas sean poco atractivas para el comercio. Si al menos hubiera un buen diseño al interior de cada una de las privadas… Ni eso: perfiles de calle a escala de souvenir, basta ver la miserable dimensión de las aceras para entender que las calles jamás fueron pensadas para el uso peatonal; el arroyo vehicular tampoco pudiera decirse que fue concebido para el uso compartido. Ni hablar del área central donde confluyen todas las rotondas: ya que se desecha la idea de la calle de conexión, al menos se pudo haber esperado un parque que diera unidad a un conjunto caracterizado por su fragmentación. Nada remotamente parecido: la profusión de rejas y muros deja en claro que en dicho lugar la única actividad interesante es la de ver automóviles dar vueltas en U o descubrir cadáveres y sustancias peligrosas arrojadas aprovechando las magníficas condiciones de desprotección que ofrece el entorno construido.
Paradojas urbanas, el modelo de cul-de-sac, extendido en la ciudad por sus supuestas virtudes en materia de seguridad, genera los espacios más peligrosos –adentro y afuera-que una urbe pueda concebir.

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