Un mal manifiesto contra la mala arquitectura contemporánea
Las torres de Babel
Un mal manifiesto contra la mala arquitectura contemporánea
Si alguien me pregunta que es eso de la arquitectura contemporánea, sin duda que podré mostrarle una serie de imagenes de obras ya construidas pero que de ellas no puedo explicar mayor cosa porque no las comprendo. Y mucho menos puedo explicar, con la seguridad propia de un académico, las imágenes de obras que no están construidas o no son construibles -por ahora-, pero que contribuyen mucho a la confusión general. Esas nuevas formas se han convertido en el arquetipo de la nueva arquitectura.
No es la primera vez que ocurren cambios radicales en la arquitectura. Ya ocurrió en el renacimiento cuando los profesionales de entonces redescubrieron las formas clásicas de la arquitectura greco latina y rechazaron el gótico al que tildaron, injustamente, de bárbaro, en parte porque la arquitectura neoclásica surgió al mismo tiempo que se publicaron los tratados que la explicaban y justificaban. Volvió a ocurrir entre las dos guerras mundiales cuando se hizo evidente la difusión de la arquitectura moderna, el estilo internacional, y el racionalismo, acompañados de sus respectivas apologías. Y, por supuesto, esto vino acompañado con una fuerte polémica entre quienes querían persistir en una arquitectura tradicional y los modernos. Y se argumentaba, de manera lógica, racional, entre una y otra postura.
Ahora ya no hay discusión ni reflexión que valga para dar luces en lo que está ocurriendo: los argumentos son oscuros, ininteligibles, confusionistas o deliberadamente falsos. Un número importante de teóricos provenientes de las corrientes de las ciencias sociales postmodernistas hablan al mismo tiempo mezclado todo: estructuralismo, semiótica, teoría del caos, metafísica. Los autores mismos, como Eisemann o Koolhaas, recurren a frases filosóficas o a metáforas metafisicas, igualmente inútiles o, peor, que le hacen puñetas a quienes los cuestionan, como es el caso de Frank Gehry y, mientras tanto, la confusión sigue de lo más babeliana.
Pero no nos engañemos, esta nueva arquitectura está en manos de un puñado de arquitectos-estrellas que tal vez no pasan del centenar, pero su influencia es enorme considerando que en el mundo debe haber más de un millón de arquitectos que se dedican a hacer arquitectura modesta, que responde a otros parámetros, distintos a la glorificación del poder y de la técnica, que resuelven racionalmente los problemas a los que se enfrentan. Incluso, muchos de ese millón, que son una multitud, se acuerdan que trabajan para hacer obras para la gente.
No hay joven estudiante de arquitectura que no sueñe con construir, el también, un nuevo Guggenheim o poner una pica arquitectónica en Shangai, Tokio o cualquier otra parte del mundo. Y mientras sueña en su propia Babel, deja de mirar otras realdades, más urgentes y perentorias.
No creo que esos arquitectos babelianos sean realmente importantes. Ellos aportan formas inéditas, pero no resuelven los grandes problemas de las ciudades, no tienen ideas de cómo construir los millones de viviendas que se necesitan y ni todas las edificaciones de servicios que los deben acompañar. Dudo que puedan aportar algo a la solución de los problemas de vivienda de millones de personas, dudo incluso que sus obras sean bellas, entendiendo por belleza e concepto clásico que con tanta claridad expresaron los griegos: algo inefable que nos induce a un estado de serenidad, que nos ayuda a meditar, a actuar éticamente, que nos hace mejores en un sentido tanto practico como espiritual.
Todo eso me hace sentir como si fuera ese señor de alas muy grandes, ya desplumadas e inútiles para volar, del que habló Gabriel Garcia Marquez en uno de sus cuentos. El también, a su modo, expresaba el mismo sentido de confusión.
Claudio Beuvrin